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Dioses del Caos

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Dioses del Caos Empty Dioses del Caos

Mensaje  Karl Franz Jue Ago 05, 2010 11:55 pm

Existen cuatro grandes dioses del Caos, cuatro hermanos que habitan en la oscuridad y que
gobiernan la región infernal conocida como Reino del Caos.

Khorne
Khorne es el Dios de la Sangre, el Señor de los Cráneos, aunque en las
tribus del Norte también se le conoce como Arkhar o Kharnath, así como por una
miríada de otros nombres. Se trata de un dios furioso y lleno de cólera, poseedor
de una fuerza bestial y de una habilidad despiadada para el combate que recompensa el valor, la
fuerza de las armas y la conquista. En las escasas representaciones que existen de Khorne se le
muestra como un ser tremendamente musculoso y con cabeza de animal sentado en un descomunal
trono de bronce que se levanta sobre una montaña de cráneos. Estos, según se dice, son los cráneos
de las víctimas de sus paladines y los cráneos de aquellos de sus seguidores que han muerto en
batalla. Encadenados a este trono, se encuentran sus mastines; en los textos oscuros está escrito que
cualquiera de sus seguidores puede invocar la ayuda de Khorne para lanzar a estos cazadores
implacables contra un enemigo, sobre todo contra los enemigos cobardes que evitan luchar en
combate abierto.
No existe ningún templo de Khorne y las ceremonias que se llevan a cabo en su nombre son
escasas, ya que al ser el Dios de la Guerra se le rinde culto en el campo de batalla. La única plegaria
que se conoce es el brutal grito de guerra que rugen todos sus seguidores: "¡Sangre para el Dios de la
Sangre!". En otras partes del mundo, más allá de los Desiertos del Caos, hay quien adora al dios
Khaine, el Señor del Asesinato, y existen muchos estudiosos interesados en temas heréticos y
peligrosos que discuten sobre si el dios élfico Khaine se trata del mismo Khorne o si, por el contrario,
este se trata de un poder menor aparte.
Khorne desprecia la hechicería y todo lo relacionado con la magia, aunque no le importa que
se utilicen armas y armaduras mágicas para propiciar la carnicería en su nombre. No existen
hechiceros de Khorne porque un paladín de Khorne es la viva imagen del guerrero que lucha contra su
enemigo cara a cara, en lugar de destruir a sus adversarios a distancia mediante rayos mágicos. Las
hachas son las armas favoritas de Khorne y a la vez símbolo de este dios. Otro símbolo suyo (que
suelen llevar puesto sus seguidores) es el "collar de Khorne": un enorme anillo lleno de clavos que se
cierra alrededor del cuello a imagen de los collares de los Mastines de Khorne.
Los paladines de Khorne son luchadores de reacciones impredecibles, ya que opinan que los
días en los que no se haya matado en nombre de Khorne son días desperdiciados. Por esta razón,
puede ser que ataquen tanto a amigos como a enemigos, sobre todo cuando escasean los enemigos de
verdad. Los paladines de Khorne son muy competitivos y, a menos que crean que su dios los ha reunido
porque va a librarse una gran batalla, el encuentro entre dos paladines acaba, prácticamente de
manera inevitable, con un derramamiento de sangre y la muerte de uno de ellos o incluso de ambos.

Tzeentch
Tzeentch es El Que Cambia las Cosas y el cambio forma parte de la
mismísima naturaleza del Caos, así como de la energía siempre cambiante a la que
los mortales llaman magia. También se le conoce como Tchar entre los bárbaros del
Norte, como Chen en el exótico oriente y como Shunch en las calurosas junglas del Sur y en todos
esos lugares su nombre siempre es sinónimo de cambio. Sin embargo, en todas partes se le conoce
como el Gran Conspirador, un manipulador muy sutil que posee una sabiduría exhaustiva. Todos sus
planes son siempre rebuscados y de un alcance vastísimo, pues se extienden a través de un número
inimaginable de eones y resultan incomprensibles y contradictorios para toda mente mortal. Él es el
Maestro Manipulador, el que mueve los hilos del destino y el que rige la suerte tanto de sus
seguidores como de sus enemigos. Tzeentch no tiene una forma concreta, aunque normalmente se
manifiesta como una luz nebulosa que cambia de color constantemente. Su marca a menudo
representa la serpiente sinuosa del cambio y suele bendecir a sus demonios y paladines con
espeluznantes picos de pájaro, garras y plumas multicolores. Su piel y su armadura resultan un flujo
constante que cambia de aspecto y de color y que forma rostros grotescos que no paran de lanzar
carcajadas y de reírse de sus adversarios y que siempre repiten sus palabras utilizando cada vez
matices nuevos e inquietantes.
Tzeentch recompensa a los que le sirven con poderes mágicos superiores que estos utilizan
con gran destreza para deformar la realidad a su antojo. Los chamanes de las tribus del Norte le
dirigen todas sus plegarias, le ruegan poder gobernar por encima de los caudillos guerreros y le
suplican fortuna en todo lo referente a las actividades mágicas. A la larga acabarán por recibir el don
de la mutación muy por encima de cualquier otra cosa o bien, llegado el momento, aceptarán esta
mutación con gran entusiasmo. En el Imperio y en los demás reinos del hombre, los adoradores de
Tzeentch se agrupan en sociedades secretas a través de las que cada uno trata de aumentar su rango
y su influencia. Los más vulnerables a las promesas del Gran Transformador son los hechiceros, los
estudiosos y demás personas cultas que aspiran a saber más para, en el fondo, obtener más poder. El
líder de cada una de estas sectas normalmente recibe el nombre de Magister, el hechicero más
poderoso de todos los miembros de la secta, los cuales se clasifican en distintos grados de afiliación.
Estas organizaciones son tan herméticas y complejas que el único que conoce la identidad de todos los
miembros del culto es el propio Magister.
Muy pocos de entre todos los seguidores de Tzeentch consiguen llegar al final del largo
camino que conduce a ser nombrado paladín, pero estos pocos se convierten en los paladines más
formidables de los Dioses Oscuros. La recompensa que reciben consiste en unas habilidades
guerreras excepcionales y en los extraordinarios poderes mágicos del Señor de la Magia. Esta
combinación tan mortífera los convierte en enemigos muy peligrosos, líderes muy astutos y guerreros
imponentes que dirigen sus ejércitos echando mano de una intuición infalible. ¿Cómo se puede vencer
a un adversario que parece adelantarse a todos tus movimientos?

Nurgle
También conocido como Nurglitch, Onogal, Neiglen y por otros muchos
apelativos, Nurgle es el Señor de la Descomposición. Él es el que desencadena el
hambre y la peste sobre el mundo y es a Nurgle a quien acuden los mortales cuando
imploran ayuda para resistir los estragos de la enfermedad, de la edad y del inevitable declive que
comporta el paso de los años. Cuando se arruinan las cosechas, cuando un niño cae presa de la fiebre y
cuando las heridas empiezan a enconarse en el campo de batalla, se ofrecen súplicas a Nurgle para
que este se contenga.
Nurgle se aparece a sus seguidores como una criatura con el cuerpo tremendamente
abotargado, recubierto de furúnculos y pústulas y rodeado de una densa nube de moscas, cada una de
las cuales porta el símbolo del dios marcado sobre su caparazón. Tiene la piel abierta y hecha jirones
y por las tripas que lleva al descubierto vomita Nurgletes, que son las malignas criaturas hijas de
Nurgle. Se dice que Nurgle se deleita con cada pústula nueva que aparece, con cada sarpullido y
ampolla diferente, y de todos los dioses es el que se interesa más por las dolencias de sus seguidores
mortales.
A Nurgle se le considera como un dios de talante afable, casi jovial, por lo que a menudo se le
llama el Padre o el Viejo Nurgle. Mientras que los paganos insensatos gimen, hacen rechinar los
dientes y se estiran de los pelos cuando azota la plaga y los pueblos y ciudades quedan arruinados, los
fieles de Nurgle no paran de reír al contemplar la obra de su señor. Estos han aceptado la futilidad
de tratar de enfrentarse a Nurgle y a la inescapable ruina que provoca y, en su lugar, se abandonan a
los placeres de la descomposición y de la enfermedad y se dedican a gozar de la entropía y de la
ruina.
Nurgle ofrece la bendición de la peste y de la putrefacción con amplia generosidad. Los
paladines de Nurgle, atacados por las enfermedades, son a su vez inmunes a dichas plagas, ya que se
acostumbran al dolor y a las molestias y, aunque sus cuerpos se pudran, el espíritu de Nurgle los
mantiene en vida cuando deberían estar muertos. De este modo, los paladines de Nurgle pueden
resistir las heridas y los males que dejarían a otros incapacitados y así seguir luchando en nombre de
este dios. Mirar a estos individuos es algo horrible, más que contemplar a cualquier otro paladín del
Caos, puesto que la carne descamada, los estómagos hinchados llenos de gases cadavéricos y el hedor
a muerte que rezuman induce a pensar inevitablemente en el destino que espera a todas las criaturas
vivas.

Slaanesh
Slaanesh, el Príncipe Negro del Caos, es el más joven de todos los Dioses del
Caos. Conocido bajo una infinidad de nombres, como Shornaal o Lanshor, el Señor del
Placer gobierna sobre todas las cosas bellas y atractivas. Como señor de los excesos y
del poder creativo, su esfera de influencia incluye la música, el arte y la pasión; y, como
personificación de la complacencia en todas sus formas, los encantos de Slaanesh resultan altamente
adictivos y aquellos que siguen sus pasos, al poco tiempo, se ven seducidos por los vicios del orgullo, la
arrogancia y los excesos. Debido a su belleza y su atractivo divinos, a Slaanesh se lo representa
provisto de un encanto tangible y absolutamente irresistible. De tipo esbelto, extremidades largas y
gran elegancia, el dios es completamente andrógino y desafía el orden natural del universo. Es capaz
de arrebatar el alma del cuerpo de sus enemigos mientras estos se quedan atónitos contemplando con
adoración y anhelo las profundidades ocultas de sus brillantes ojos.
Slaanesh es adorado a lo largo y ancho de las tierras del Norte, así como dentro del Viejo
Mundo, bajo nombres y apariencias muy distintas. Los hombres de las tribus del Norte buscan
ganarse los favores de Slaanesh para sus propios intereses, ya que el Príncipe Negro del Caos tiene el
poder de infundir a sus seguidores una parte de su gloria radiante y así hacer que los insignificantes
mortales caigan a sus pies llenos de fervor. En tiempos remotos, una facción de los Elfos de Ulthuan
se dedicó al pervertido culto del Señor del Placer y se rumorea que eso fue lo que ocasionó el gran
cisma de esa noble raza. En las sociedades secretas ocultas en el corazón de las ciudades más
grandes y entre las clases altas más decadentes de la sociedad es donde los cultos herméticos a
Slaanesh prosperan. ¿Cuántos habrán caído, sin darse cuenta, bajo el dulce abrazo de Slaanesh al
sucumbir a los pecados de los excesos? ¿Cuántos grandes líderes de los hombres habrán acudido al
Príncipe Negro del Caos para conseguir su puesto o para ganarse el apoyo y el respeto de sus iguales?
Slaanesh extiende ávidamente su poder a costa de las debilidades de los mortales y se regocija con la
devoción que le profesan sus fieles.
Los paladines de Slaanesh son líderes majestuosos y carismáticos adorados por sus
seguidores y que consiguen atraer a enormes contingentes de guerreros. No es difícil caer presa del
atractivo que desprenden dichos individuos: a pesar de que, a medida que se enfrasca más en sus
propósitos, el paladín se va distanciando cada vez más de sus seguidores, su actitud distante y su
apariencia extramundana no hacen más que promover aún más su adoración. Los honores de Slaanesh
son extraordinarios, por lo que los paladines de Slaanesh se enorgullecen inmensamente de los dones
que el Príncipe Negro les ha concedido y se abandonan a las alabanzas con las que los simples mortales
se dedican a halagarlos. Se trata de individuos imponentes, poseedores de un encanto y un atractivo
que va más allá de la belleza física y que se mueven con una elegancia natural y una precisión
exquisitas. La mera presencia de un paladín de Slaanesh resulta algo inspirador, ya que poseen un aura
que parece encantar a todos los que les rodean, los cuales se ven impulsados a llevar a cabo actos de
absoluta fe y de sacrificio extremo. Se ven alejados de todas las preocupaciones típicas de los
mortales, de modo que abandonan el dolor, el miedo, la lealtad y la humanidad y pasan a centrarse
totalmente en alcanzar sus propias metas. Todas las criaturas quedan sometidas a la voluntad del
paladín con la única misión de adularlo o ser destruidas.
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